El sol se ponía tras las montañas cuando los enanos llegaron a la vieja posada de piedra, extenuados pero triunfantes.
Habían vencido a los trolls del Valle Oscuro, rescatado a los prisioneros del castillo maldito y recuperado el mítico hacha de Durin.
Tras semanas de batalla, ahora solo quedaba celebrar.
Al cruzar las puertas, el ambiente de la taberna los envolvió con el calor de las velas y el murmullo de voces alegres.
En el centro de la sala, una mesa redonda les aguardaba, con jarras de cerveza espumosa.
Los enanos se sentaron, sus risas resonando mientras alzaban las jarras en señal de victoria.
—¡Por la hacha de Durin y por el futuro de Erebor! —gritó Dwalin, mientras los demás enanos chocaban sus jarras.
En el escenario, un grupo de chicas con voces suaves comenzó a entonar una canción antigua, una melodía que hablaba de héroes caídos y grandes aventuras.
La música parecía llenar el aire con magia, y los enanos, uno por uno, dejaron caer sus espadas y comenzaron a cantar junto a ellas, recordando las viejas canciones de su hogar.
La música subió de tono, y pronto, sin saber cómo, todos estaban de pie. Las chicas en el escenario bailaban al ritmo de la música, y los enanos, con torpeza pero alegría, las siguieron, dando vueltas y riendo, olvidando por completo las cicatrices de la batalla.
Gimli, el más joven, se acercó al grupo y, en un arrebato de emoción, comenzó a cantar una balada heroica que hizo vibrar las paredes de la taberna.
Las voces de los demás se unieron a la suya, llenando el espacio de energía, y por un momento, parecía que el mundo entero se hubiera detenido solo para escuchar aquella celebración.
La noche continuó, llena de risas, cantos y más jarras de cerveza.
Para los enanos, aquel era el verdadero final de la aventura, no las batallas ni los tesoros, sino la unión, la música y el compartir de aquel momento de felicidad pura.
La aventura les había llevado a través de la oscuridad, pero ahora estaban de vuelta en la luz, celebrando como solo los enanos sabían hacer: con música, cerveza y la certeza de que siempre habría más aventuras por venir.